Vuelvo a encontrarme frente al folio en blanco. El bolígrafo es mi arma, mi pincel, mi canal de desahogo. Una pequeña arena donde nos batimos a duelo.
Ahora con el teclado y el ordenador es más sencillo escribir, pero me siento igual de indefenso y sobrecogido que antes, al borde de un precipicio de un folio blanco casi interminable. Pero poco a poco avanzo y sigo escribiendo, y poco a poco las penas se arrastran fuera y reptan, por el suelo del escenario donde os cuento esto.
Y es que hoy me siento muerto.
Quiero y trato de hacer de cada movimiento el correcto, y de veras que lo intento, pero cada vez que decido algo, encuentro que estaba mejor antes de hacerlo. No me arrepiento, pero tampoco puedo pensar en ello como algo bueno. Cambiarlo es una opción demasiado sencilla, ¿Cómo puedo cambiar y dejar de elegir malas opciones? ¿Cómo lo hago, si no puedo prevenir todos los resultados?
Si hago lo que yo quiero, no te gustará, pero si hago lo que pides, tampoco te gusta, porque no me dices lo que quieres cuando te pregunto.
Nadie me cree cuando aviso que no soy eterno, que algún día decepciono y que lo bueno se acaba. Que es genial estar así de bien junto a mí, pero no mantenerlo siempre. ¿De verdad creías que podrías ser tú quien rompería la cadena? Es lo mismo de siempre, lo mismo, lo mismo, lo mismo. Querer cambiarlo es como tratar de hacerme vivir sin pulmones.
Está bien. Puede que de realmente asco, que sea un desgraciado. Repugnante. Asqueroso. Egoísta. Tienes absolutamente razón. Pero no es nuevo, yo lo he ido advirtiendo. He tratado de proteger, de evitar que nadie me cogiera demasiado cariño...
En cierta ocasión me dijeron que eso era porque me aterraba el sentirme querido, y que eso no era bueno.
Mi experiencia sin embargo, me dice que siempre que me acerco demasiado a alguien, acaba siendo explosivamente dañino. Que estoy mejor solo.
Esto es una disculpa porque no sabes qué quieres de mí, y yo tampoco.
Trato de hacerlo todo con mi mejor intención, pero no puedo mantener relaciones estables de ningún tipo con las personas.
Sigo siendo el mismo capullo de siempre, y me gustaría decir que no quiero cambiar.
Al final, el único compañero que se queda a mi lado: el folio que escucha lo que hablo y que por él resbalan las lágrimas que sangran mis heridas.
No es un mensaje, es una advertencia.